El ADN es la molécula responsable de la herencia y por esta razón está presente en todos los seres vivos: desde los virus y las bacterias, pasando por las plantas, los insectos, las aves, los peces y en fin todos los animales entre los cuales nos encontramos los seres humanos. En todos los casos y sin excepción alguna la molécula de la herencia está constituida por 4 nucleótidos diferentes que son representados por las letras A, C, G y T que corresponden a las primeras letras de sus nombres químicos: A por Adenina, C por Citocina, G por Guanina y T por Timina, que combinadas en forma aleatoria codifican y aseguran el mantenimiento de toda la belleza y diversidad de los seres vivos del planeta tierra; por eso el ADN es la molécula universal, es la pauta que nos conecta a todos sin excepción alguna, es el factor común de la vida, todos la poseemos; y tenía que ser así, pues gracias a ella y a su capacidad natural de autoreplicarse, de hacer copias exactas de sí misma; evento que viene sucediendo desde el inicio de la vida en la tierra hace aproximadamente 4.500 millones de años.
La capacidad de autoreplicación es lo que hace posible que se dejen hijos semejantes al padre y a la madre de generación en generación, es la manera como pasamos nuestros códigos genéticos representados en unidades discretas que conocemos como genes.
Un ser humano posee unos 20.000 genes que codifican todas las proteínas necesarias para nacer, crecer, reproducirse y comportarse. Esto último es un tanto controversial, especialmente en el humano, por lo que atañe a su evolución cultural, en donde se asegura que más vale crianza que naturaleza. En el resto de los animales se acepta plenamente que los instintos y buena parte de su conducta esta codificada en el ADN y por esta razón nacen sabiendo de manera innata los comandos básicos necesarios para cumplir sus funciones biológicas naturales como reproducirse, buscar alimento, socializar, entre otros. En cambio en nosotros los seres humanos, las reglas o normas culturales han logrado modular, al menos en parte, nuestros comportamientos innatos.
Un buen ejemplo a este respecto es la manera como la normativa de la civilización occidental a regulado, mediante leyes y castigos ejemplarizantes el inicio de la procreación en mujeres menores de edad, pues se tiende a retardar su inicio al menos más allá de los 15 años, cuando la mujer se encuentre cerca de cumplir la mayoría de edad. Por todos es conocido que la mujer está lista para iniciar su etapa reproductiva entre los 11 a 13 años, cuando inicia su ciclo menstrual, pero es prohibido que una niña quede embarazada a esta temprana edad, bajo pena de encarcelamiento para el hombre que lleve a cabo este acto reprochable para nuestra cosmovisión (ley de la infancia y la adolescencia). Somos testigos del rechazo social que genera este tipo de hechos, hasta el punto que cuando esto sucede se convierte en noticia difundida por todos los medios de comunicación. La ley vigente y la sociedad en general, han endurecido las normas para evitar a toda costa que este tipo de hechos sucedan. Nada de esto pasa cuando se trata del resto de los animales, es decir, que para nadie es una preocupación si un animal hembra ya sea silvestre o domesticada procrea apenas inicie su ciclo de fertilidad; por el contrario la tendencia es iniciar la reproducción lo más pronto posible, más que todo impulsados por factores que tienen que ver con la parte económica y por la necesidad de suplir la demanda de los mercados de consumo.
A propósito de este tema puedo narrar una vivencia personal con el objetivo de demostrar que una norma social puede regular o incluso llegar a imponerse a mandatos biológicos instintivos. Esto se puede explicar exponiendo mi experiencia vivida en el pasado con la comunidad indígena Nukak Makú que se encuentran a solo dos horas en avión de Bogotá, propiamente en el Departamento del Guaviare. Allí fue posible constatar que estos indígenas, hoy en inminente peligro de extinción con menos de 500 miembros en total, y representantes como son de la primera migración humana al continente americano que tuvo lugar desde La Mongolia hace aproximadamente 13 mil años por el estrecho de Bering durante el último periodo glacial y que sin duda alguna son los representantes actuales de los primeros seres humanos que habitaron este continente. Este solo hecho debería conferirles una enorme importancia a nivel médico, biológico, genético y antropológico, pues estas comunidades indígenas pertenecen a los homo sapiens sapiens que dieron origen a la base indígena que poseen nuestros pueblos indígenas y mestizas actuales y son los últimos ancestros vivos que nos llaman a que los preservemos, al menos conociendo sus características genéticas, pues representan nuestro último vestigio de identidad biológica que la mayoría de las naciones hispánicas ya perdieron irremediablemente; ellos son totalmente originales y autóctonos más que nadie en estos territorios, pues a pesar de existir en pleno siglo XXI siguen viviendo como todos los seres humanos vivíamos hace unos 10.000 años atrás: los Nukak aún viven, hoy día como cazadores recolectores, no han descubierto los beneficios de la agricultura, ni domestican animales para aprovecharlos como reserva alimenticia, no conocen la escritura pues únicamente manejan la oralidad de su lengua, aún no saben de los beneficios de la rueda, ellos viven en la forma más elemental que hoy en día un ser humano pueda vivir, pero son felices, saludables y hermosos.
Presento el tema de los Nukak como un ejemplo vivo de la tesis propuesta anteriormente, pues los Nukak inician la procreación entre los 11 a 12 años, cuando sus mujeres empiezan a ser fértiles. Ellos no están influidos de forma alguna por las costumbres y normas de la civilización occidental. Ellos, a pesar de ser humanos, aunque primitivos, inician su etapa reproductiva como lo hacen los demás animales, actúan bajo la norma natural que impone reproducirse inmediatamente después de iniciada la edad fértil. Este caso en particular es una demostración fehaciente de cómo una norma cultural termina reprimiendo un mandato genético.
A medida que mejoran las comunicaciones y la información llega a todas partes afianzando la economía del conocimiento, el futuro de la evolución cultural será llegar a crear normas para reprimir o al menos modular los instintos animales que todavía están latentes en nosotros y que aproximadamente diez mil años de evolución cultural del hombre moderno no han podido cambiar lo hecho por millones de años de evolución biológica vivida; esa es la diferencia esencial que existe entre los humanos como seres influenciados enormemente por la cultura debido a nuestro peculiar desarrollo cerebral que ha hecho que seamos los únicos animales de la naturaleza que podemos ver más allá del presente y los demás animales irracionales en quienes no se manifestó en forma alguna la evolución cultural y por esta razón su comportamiento es totalmente biológico, es decir, sus instintos son las normas de vida dictadas directamente por sus genes, sin que exista ninguna norma exterior que les indique cómo comportarse. Entre los mismos humanos existe una enorme asimetría cultural, donde podemos distinguir humanos que comprenden y aceptan las normas y les nace cumplirlas, ya que estas normas son importantes y las entienden y obedecen sin necesidad de aplicarles ningún tipo de represión, mientras que para otros seres humanos se hace indispensable la aplicación de castigos y multas para obligarlos a cumplir las normas mínimas de convivencia social.
Volviendo al tema de la molécula ADN vemos como esta no solo dirige su propia síntesis, su autoreplicación, sino que también codifica para todas las proteínas, hormonas y enzimas que son la base fundamental de la química de la vida de todos los organismos que conocemos que han existido y que existirán por todos los tiempos. Es tan dramático el asunto que la misma molécula codifica las proteínas necesarias para su propia síntesis, ella genera la voluntad química que ella misma obedece y aún hay más sorpresas: es verdad, que a pesar de la versatilidad de esta fabulosa molécula, ella, el ADN, no tiene vida, es inerte; que paradoja: es generadora de vida, con la aparición del ADN se inicia la vida, pero él no tiene vida, es una molécula que no necesita consumir nada, es una estructura química simple, absolutamente elemental. Para nuestra sorpresa vemos como en lo sencillo de este mundo se encuentra lo más profundo y la molécula ADN por antonomasia es extremadamente sencilla; está compuesta, como ya dije, por cuatro bases nitrogenadas unidas a un azúcar mediante un enlace fosfodiester formando unidades llamadas nucleótidos que unidos en forma correcta forman la doble hélice del ADN. Es increíble que una molécula sobre la cual se apoyan todos los seres vivos para renacer cada vez que se reproducen y que así por millones de generaciones han permanecido vigentes en el planeta, sea tan elemental en su estructura química. Cuesta trabajo comprender que la infinita diversidad de los organismos vivos que pueblan los mares, el aire y la tierra firme, todos, pero absolutamente todos, dependemos de la molécula ADN para existir. Esta molécula es un prodigio de versatilidad y es la evidencia del origen común de la vida en la tierra.
Todos los seres vivos que han existido, que existen y que existirán en el futuro venimos de un origen común, un ser ancestral que a medida que pasaron los millones de años evolucionó y lentamente generó toda la diversidad de formas que hoy tenemos. La mayor evidencia biológica que soporta la observación de que todos los seres vivos venimos de un origen común es aquella que nos muestra como algunos genes que codifican para proteínas esenciales en procesos comunes en todos los seres vivos, tales como: la división celular o mitosis, la replicación del ADN o algunos procesos de la respuesta inmune, sus productos proteicos funcionan químicamente sin presentar ningún problema en cualquier organismo a todo lo amplio de la escala evolutiva. Un ejemplo que puede citarse, y de estos hay muchos, es la enzima replicadora de la molécula ADN, conocida como ADN polimerasa. Esta proteína puede realizar su función replicadora en cualquier organismo vivo, es el caso de la Taq polimerasa que es obtenida de la bacteria Thermophilus aquaticus, organismos que viven en la fuentes termales a temperaturas cercanas a los 100 grados centígrados; estos son organismos unicelulares muy antiguos, quizá de las primeras células que aparecieron sobre la tierra y que aún hoy siguen vigentes. La polimerasa de estos microorganismos puede replicar el ADN de cualquier otro organismo que viva en la tierra. Esto quiere decir que la función de esta enzima es universal, venga del organismo que venga, puede actuar cumpliendo su función replicadora sobre ADN de cualquier origen. De hecho, el haber descubierto esta habilidad de la polimerasa fue la base fundamental para que se desarrollara la moderna Biología Molecular y se lograran los grandes avances que hoy tenemos en este campo de la ciencia. Se logró por ejemplo, la decodificación del genoma humano y de muchas otras especies, se mejoró enormemente la confiabilidad de las pruebas de paternidad e identificación humana. En el área de trasplantes se lograron grandes avances en la tipificación del sistema mayor de histocompatibilidad que preparó el camino para la escogencia casi perfecta entre receptores y donantes de órganos.
Por otro lado es importante resaltar que la molécula ADN presenta una enorme capacidad de variación en secuencia, o sea en el orden como se disponen los cuatro nucleótidos anteriormente mencionados. Esta variación es debida esencialmente a la mutación, motor que ha impulsado la enorme variabilidad del ADN presente en el genoma de todos los organismos vivos. A pesar de que todos los seres vivos portamos la molécula ADN y que realmente es el eje central sobre el que basamos nuestras características hereditarias, ningún organismo es esencialmente igual, ni siquiera entre organismos de la misma especie. Esto podemos notarlo fácilmente entre los seres humanos. Podemos descubrir con solo una mirada que no existe un ser humano igual a otro, a no ser que sean hermanos gemelos, estos por ser clones naturales, son idénticos, portan exactamente la misma carga genética. Haciendo esta salvedad podemos estar completamente seguros que ningún ser humano es igual a otro, ni siquiera entre hermanos, ni familiares consanguíneos, puede que ocasionalmente nos parezcamos un poco físicamente, pero nunca tanto como para ser iguales como lo son los gemelos. Como afirma la hermenéutica ¨nadie es igual a nadie, solo somos iguales a nosotros mismos¨.
La enorme capacidad de variación que tiene el genoma y que se hereda de padres a hijos se da durante la formación de gametos o células sexuales durante el paquiteno de la meiosis que es el momento en el cual se lleva a cabo la recombinación del material genético materno y paterno, desde este momento se genera la individualidad absoluta que caracteriza a todas las especies que se reproducen, ya sea a través de huevos o mediante fecundación interna. Por esta misma razón es que ningún ser humano es idéntico a otro, salvo la excepción ya anotada de los gemelos monovitelinos. La propiedad natural de la individualidad desde la base genética y desde la formación de los gametos tanto masculinos como femeninos ha sido aprovechada por los genetistas forenses para desarrollar tecnologías basadas en biología molecular que pueden, sin exagerar, individualizar a cada uno de los siete mil novecientos millones de seres humanos que existen actualmente en la tierra. Esta tecnología es comúnmente conocida como la huella genética del ADN. Esta huella genética del ADN está representada por secuencias cortas que se repiten consecutivamente y que en la terminología científica se conocen por la sigla STR (S = short, T = Tandem, R = Repeat).
Estas secuencias se encuentran ampliamente distribuidas en todo el genoma humano y fueron elegidas porque se heredan verticalmente de padre a hijo o hija o de madre a hijo o hija sin sufrir cambios, es decir, que son supremamente estables en el tiempo y por estas mismas razones todo hijo verdadero tiene necesariamente que poseer los mismos STRs paternos y maternos; esta es una verdad confirmada y aceptada mundialmente, no existe ni la menor duda de la veracidad de esta afirmación y así como el primer paso para aprender es creer invito a mis lectores que crean sin esfuerzo en lo dicho, pues de la misma manera aprenderán de una vez por todas que todos los seres vivos son diferentes y además al estudiar al menos 18 secuencias diferentes distribuidas en los 23 pares de cromosomas es posible identificar con toda certeza una sola persona entre el resto de la humanidad; además, se heredan verticalmente entre los padres y el hijo y no cambian durante toda la vida del individuo. Este tipo de ADN que todos poseemos es la base sobre la cual se fundamentan las pruebas de paternidad, pues el numero de secuencias cortas repetidas que posee el padre y la madre las tiene que tener necesariamente el hijo. Por ejemplo: si de las 18 secuencias estudiadas al menos 3 no concuerdan exactamente entre el padre y el hijo se puede asegurar con toda certeza que la paternidad es incompatible, es decir, que la paternidad se niega o dicho en otras palabras que este hombre no es el padre biológico de ese hijo. Para que la paternidad sea compatible es necesario que se compartan absolutamente todas las secuencias estudiadas.